Por: Maria Fernanda Peña
Mientras la canciller Laura Sarabia insiste en que el viaje de Gustavo Petro a China no es una «afrenta» contra Estados Unidos, lo cierto es que el Gobierno colombiano ha optado por caminar por la delgada línea de la ambigüedad geopolítica. Y en política exterior, las señales importan tanto como las decisiones.
Petro no va a Pekín por cortesía diplomática: va a firmar un acuerdo de intención para adherirse a la Franja y la Ruta, el megaproyecto de infraestructura del régimen chino que ha sido criticado en todo el mundo por generar dependencia financiera, socavar soberanías nacionales y convertir a naciones en peones del ajedrez económico de Xi Jinping.
¿Colombia está lista para hipotecarse con China? ¿Lo sabe siquiera el Congreso? ¿Se discutió esto con los sectores productivos, con los empresarios del café y las flores que podrían verse afectados si EE. UU. decide mover una sola ficha en respuesta? Por supuesto que no. Este Gobierno insiste en jugar al antiamericanismo velado mientras finge neutralidad.
Las declaraciones de Sarabia son diplomáticamente torpes o deliberadamente ingenuas. «No es una afrenta», dice, pero hasta los analistas más cautos han leído en este viaje una toma de distancia de Washington. Las palabras del exfuncionario estadounidense Mauricio Claver-Carone, aunque polémicas, no son simples frases sueltas: son advertencias veladas sobre las consecuencias comerciales de elegir mal las alianzas estratégicas.
Si Petro de verdad busca cooperación para el Catatumbo y el Cañón del Micay, ¿por qué no ha gestionado con transparencia los apoyos existentes bajo el Tratado de Libre Comercio con EE. UU.? ¿Por qué no ha fortalecido los lazos con los organismos multilaterales que ya financian infraestructura en esas zonas? Sencillo: porque este Gobierno no cree en los aliados históricos de Colombia, cree en el relato ideológico de las «nuevas potencias».
Y por si fuera poco, el presidente vuelve a recurrir a su recurso favorito: la conspiración interna. Esta vez, acusa a su excanciller Álvaro Leyva de haberlo “engañado” para no firmar el acuerdo con China en 2024. ¿En serio estamos en manos de un presidente que se deja “sabotear” por sus propios funcionarios durante un banquete de Estado con Xi Jinping? Es un insulto a la diplomacia profesional y una muestra más del desgobierno crónico en el Palacio de Nariño.
Este viaje no es solo un episodio más del narcisismo internacional de Petro, es una movida arriesgada que puede tener efectos devastadores sobre sectores productivos enteros. Un paso en falso con Estados Unidos no solo amenaza empleos, exportaciones y cooperación en seguridad, también puede desestabilizar el ya frágil panorama económico del país.