Este tercer trimestre del año comenzó movido tras el anuncio de la administración Trump sobre la implementación de aranceles diferenciados a nivel global, en un nuevo intento por “reindustrializar” Estados Unidos.
Más allá de los vaivenes de la política estadounidense —como la imposición y posterior suspensión de dichos aranceles ante el nerviosismo financiero reflejado en la caída de los principales índices de Wall Street— conviene preguntarse qué hay detrás de esta agresiva política comercial.
Y la califico de agresiva porque se trata de una intervención triangular en la que el Estado, mediante el ejercicio del monopolio de la fuerza, impone barreras que distorsionan el libre comercio. Así, otorga privilegios a ciertos productores nacionales a costa de los consumidores, quienes terminan pagando precios más altos, sin que ello se traduzca necesariamente en un incremento significativo del empleo en sectores como el manufacturero.
Yendo al fondo del asunto, puede decirse que la preocupación de la administración Trump gira en torno a la persistente sobrevaloración del dólar, la pérdida de competitividad de las exportaciones, el encarecimiento de las importaciones y el debilitamiento del sector industrial. En conclusión, el foco está puesto en el persistente déficit de la balanza por cuenta corriente de dicho país.
Como emisor de la moneda de reserva mundial, EE. UU. debe inyectar dólares al resto del mundo para facilitar el comercio internacional. Pero esto solo es posible mediante déficits constantes en su balanza corriente, es decir, importando más de lo que exporta. Aquí es donde entra en juego la paradoja de Triffin: si Estados Unidos incurre en déficits prolongados, corre el riesgo de erosionar la confianza global en el dólar, poniendo en peligro todo el sistema financiero internacional; pero si deja de hacerlo, el mundo enfrentaría una escasez de dólares que dificultaría el comercio internacional.
¿Qué busca entonces Trump con los aranceles? En esencia, generar ingresos fiscales que permitan “compensar” los costos derivados de la demanda global de activos denominados en dólares, mientras intenta reindustrializar el país. Lo cuestionable no es solo el método, sino también la lógica detrás del problema que pretende solucionar: los aranceles y el déficit por cuenta corriente. A pesar de este desequilibrio, la economía estadounidense dista mucho de estar en crisis, incluso bajo administraciones débiles como la de Biden -que ha mantenido indicadores positivos, por lo que no debería de haber preocupación por el déficit.
En cambio, la imposición de aranceles genera una tensión innecesaria en los mercados financieros y añade más incertidumbre a un escenario geopolítico ya de por sí convulsionado. Estamos hablando de mercantilismo puro y duro del cual todos conocen las consecuencias y del que es improbable tenga un resultado diferente a los impuestos por el presidente Hoover con la ley Smoot-Hawley que implantaba un arancel de 40%.
Álvaro Grajales
@AlvaroGrajalesP