París, parqués y pretextos: Petro huye del país y de la verdad.

Por estos días en Colombia, un expresidente de la Corte Suprema está preso, los jueces pelean con los militares y la inflación sigue ahorcando a los hogares. ¿Y el presidente? De paseo en París, burlándose de los colombianos en redes sociales, mientras intenta esquivar —con sarcasmo y evasivas— una de las acusaciones más graves que ha recibido desde que llegó al poder: posibles problemas de adicción y abandono de funciones.

La denuncia no viene de cualquiera. Álvaro Leyva, uno de sus más antiguos aliados y exministro de Relaciones Exteriores, lo ha dicho con todas sus letras: que Petro desapareció dos días en Francia, que nadie sabía dónde estaba, ni siquiera la inteligencia local, y que ese episodio confirmó, según él, lo que muchos han venido sospechando hace meses.

¿Y cómo responde el jefe de Estado? No con seriedad, ni con pruebas que refuten lo dicho. Responde con ironía, preguntando si acaso París no tiene suficientes museos y librerías como para que sea más interesante que hablar de él. Una salida floja y hasta cínica, propia de alguien que cree que el país le pertenece, y que puede gobernar por X , desde una mesa de café en Montmartre.

Pero la gravedad del asunto va mucho más allá del estilo altanero y burlón del presidente. Leyva no solo habla de una desaparición en Francia. Habla de un presidente ausente, encerrado, al que sus ministros no pueden ver y al que su jefa de despacho, Laura Sarabia, custodia como si fuera un bien sagrado. Habla de un mandatario que no dirige, no escucha y no gobierna. Y si lo hace, es en un círculo cada vez más cerrado, opaco y peligroso para la democracia.

¿Dónde queda entonces la institucionalidad? ¿Quién está al mando del país? ¿Por qué Petro no da explicaciones serias, en vez de usar sus redes sociales como si fueran un diario de adolescente ofendido? Las respuestas no llegan. Lo que sí llega son más cortinas de humo, más descalificaciones a la prensa, y más intentos por convertir toda crítica en un ataque personal.

Es preocupante —y ya no sorprende— que el presidente prefiera atacar al mensajero antes que aclarar el mensaje. Ya lo hizo con la Corte, con el fiscal anterior, con los medios, y ahora con Leyva. Todo aquel que se atreva a cuestionarlo termina siendo un traidor, un mentiroso o un “poeta desubicado”.

Pero Colombia merece más.

Merece respuestas, no chistes en redes sociales. Merece un presidente presente, lúcido y comprometido, no un turista literario que se escuda en los libros de París mientras su país se incendia.

Si las acusaciones de Leyva son falsas, que se investigue y se demuestren con contundencia. Pero si son ciertas, estamos ante una crisis institucional sin precedentes. Porque no se trata de un rumor más, sino de una denuncia con nombres, fechas y contextos, que toca directamente el corazón del poder presidencial.

Y en vez de decirnos si está bien o no, si fue cierto o no, Petro prefiere hacer lo que mejor se le da últimamente: desaparecer y luego burlarse.
París tendrá muchos museos, sí. Pero la Presidencia no es un lienzo para pintar evasivas. Es una responsabilidad. Y Petro, una vez más, demuestra que no está a la altura de ella.

Por: María Fernanda Peña

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